Se filtra el silencio entre las lúgubres noches de mi alma,
y del concierto de voces que me animan, y me abrazan,
solamente queda el eco de tu voz vacía. Una voz inerte
y cadavérica, que hurta la conciencia de los noctámbulos,
de los viejos pies que cansados se apean de sus sueños.
De las madreselvas que se nutren de tus huesos.
Yo, me quedo mirando a lontananza, comprendo que tus
besos son siniestros, que tus manos no tejen mis sentidos;
tus manos rasgan con rabia mi corpiño.
Se adueñan del deseo de mis ojos, de la ferviente admiración
que te profeso, y del tibio anochecer de mi piel que se nutre
de tu cercanía, del desdén de tus flirteos, del embate mentiroso
de tus deseos, del tibio despertar de mis cenizas.
Reniego de todos nuestros momentos, del placer que me condena,
del credo que hace que sea un alma en pena, de la mentira
de tus labios. Me pliego en vertiginosa caída al sufrimiento,
pero me hago fuerte, adoquinando mi alma para no verte.
Para extirparte de mis sentimientos, para abortar el cariño
que se muere por dentro. Para cercenar uno a uno todos tus
besos, borrar de mi vida el alquitrán que hierve y me quema
por dentro.
Y despertar, desde las cenizas, que me
están consumiendo
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