Que si me quieres, te quiero,
lo decreto y pierdo el miedo,
pues en tus brazos procedo
a rendirme con esmero;
de pies a cabeza infiero
tus miradas como rocas
y el llanto en mí, tú provocas
con malicia, o desatino,
¡oh! rayito tan divino
me enardeces, me sofocas.
Culpa tienen tus excesos
de mis locos desvaríos ,
tan odiosos, tan impíos,
comodines de embelesos
que descomponen mis huesos
¿Juzgas acaso, siquiera,
que pueda tener ceguera
y entregarme a la deriva
como ave en una diatriba
que se muere a tu manera?
¡No inventes tal disparate!
Se acabaron los arrullos
los quejidos y murmullos,
el corazón ya no late
ni con vino, o chocolate;
se murieron las orquídeas
las violetas, las gramíneas,
de eso ya no queda nada,
ni nuestra humilde morada
de célebres noches ígneas.
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