
Mis pies están cansados, ebrios de noches,
enlutados por la espera y el desaliento.
Tal vez se secaron en el sofoco de mis días
o se desvanecieron en cada piedra del camino,
horadando la piel que los abriga.
O quizá no hay confianza en cada huella, se difumino
la vida en cada paso, se trastoco el entorno
y las heridas subyugaron los intentos.
enlutados por la espera y el desaliento.
Tal vez se secaron en el sofoco de mis días
o se desvanecieron en cada piedra del camino,
horadando la piel que los abriga.
O quizá no hay confianza en cada huella, se difumino
la vida en cada paso, se trastoco el entorno
y las heridas subyugaron los intentos.
Pies de mujer que se desbordan en ansias infinitas,
que son el vivo recuerdo de batallas de amor
inconclusas, sedientas, absortas en la distancia
de un eco moribundo que no acepta la desnudez,
ni el impávido palpitar con que suplican.
Mis pies están cansados, ebrios de noches,
enlutados por la espera y el desaliento…
Más, yo, los guío a la tibieza, y hago de ellos
el umbral del paraíso eterno, el refugio del invierno,
la simbólica beatitud de un campo abierto.
que son el vivo recuerdo de batallas de amor
inconclusas, sedientas, absortas en la distancia
de un eco moribundo que no acepta la desnudez,
ni el impávido palpitar con que suplican.
Mis pies están cansados, ebrios de noches,
enlutados por la espera y el desaliento…
Más, yo, los guío a la tibieza, y hago de ellos
el umbral del paraíso eterno, el refugio del invierno,
la simbólica beatitud de un campo abierto.